Soy una de esas personas que piensan que todos los seres humanos son capaces de todo aquello que se propongan, pero también sé que es difícil para la mayoría creerse capaces, cuando desde su infancia han recibido mensajes o han observado modelos que les transmitían frases como: “ no estás preparado” “ lo que haces es perder el tiempo” “ no lo vas a conseguir” “ no eres capaz” “ eso no es para ti” “ son pocos los que triunfan” “ no lo haces mal, pero...” y otras tantas palabras que día a día merman y van destruyendo nuestra confianza en nosotros mismos.
Considero que padres y educadores debemos generar confianza en nuestros educandos, y sé que a veces es complicado transmitirles confianza cuando no confiamos en nosotros mismos. Pero también sé que nuestra falta de confianza unida a la necesidad de transmitirla, puede llegar a convertirse en la fuerza que nos lleve a dejar anclado en el pasado nuestros miedos e inseguridades y mirar al futuro con valentía y optimismo. No podemos decir a un niño “eso es muy difícil para tí, más vale que no lo intentes” sino “ es difícil pero inténtalo, puedes conseguirlo, yo te apoyaré”. No se trata de dar falsas esperanzas sino de no quitarlas, se trata de dejar que por ellos mismos descubran sus capacidades y sus limitaciones y a la vez que sepan que cuentan con nuestro apoyo.
De nosotros depende construir personas felices, seguras de si mismas, que se aman y respetan, capaces de cumplir sus sueños.
Al hilo de esto me viene al recuerdo un cuento que me encanta...¡que lo disfrutéis!
Su madre se había marchado por la mañana temprano y los había dejado al cuidado de Marina, una joven de dieciocho años a la que a veces contrataba por unas horas para hacerse cargo de ellos a cambio de unos pocos pesos. Desde que el padre había muerto, los tiempo eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo faltando cada vez que la abuela se enfermara o se ausentara de la cuidad.
Cuando el novio de la jovencita llamó para invitarla a un paseo en su coche nuevo, Marina no dudó demasiado. Después de todo, los niños estaban durmiento como cada tarde, y no se despertarían hasta la cinco.
Apenas escuchó la bocina cogió el bolso y descolgó el teléfono. Tomó la precaución de cerrar la puerta del cuarto y se guardó la lave en el bolsillo. Ella no quería arriesgarse a que Pancho se despertara y bajara las escaleras para buscarla, porque después de todo tenía sólo seis años y en un descuido podía tropezar y lastimarse. Además, pensó, si eso sucediera, ¿cómo le explicaría a la madre que el niño no la había encontrado?
Quizás fue un cortocircuito en el televisor encendido o en alguna de las luces de la sala, o tal vez una chispa del hogar de leña; el caso es que cuando las cortinas empezaron a arder el fuego rápidamente alcanzó la escalera de madera que conducía a los dormitorios.
La tos del bebé debido al humo que se filtraba por debajo de la puerta lo despertó. Sin pensar, Pancho saltó de la cama y forcejeó con el picaporte para abrir la puerta pero no pudo.
De todos modos, si lo hubiera conseguido, él y su hermano de meses hubieran sido devorados por las llamas en pocoo minutos. Pancho gritó llamando a Marina, pero nadie le contestó su llamada de auxilio. Así que corrió al teléfono que habia en el cuarto (él sabía como marcar el número de su mamá) pero no había línea.
Pancho se dio cuenta que debía sacar a su hermanito de allí. Intentó abrir la ventana que daba a la cornisa, pero era imposible para sus pequeñas manos destrabar el seguro y aunque lo hubiera conseguido aún debia soltar la malla de alambre que sus padres habían instalado como protección.
Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos era el mismo:
¿Cómo pudo ese niño pequeño romper el vidrio y luego el enrejado con el perchero?
¿Cómo pudo cargar al bebé en la mochila?
¿cómo pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el árbol?
¿Cómo pudo salvar su vida y la de su hermano?
El viejo jefe de bomberos, hombre sabio y respetado les dio la respuesta:
-Panchito estaba solo ... No tenía a nadie que le dijera que no iba a poder.
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